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Los grupos de WhatsApp de madres: ¿una solución o un infierno?

por Gabriela Monqaut

La Gaceta – Por Soledad Nucci – Si no pudiste asistir a una reunión escolar, alguna mamá te contará lo hablado. Pero la pertenencia al grupo también acarrea sus desventajas.

Cuando escolarizás a un chico, te comprás 500 grupos de WhatsApp. Nadie me dijo, cuando nacieron mis hijas, que yo iba a tener tantos whatsapps. No tenés solamente el grupo de la nena. Tenés el grupo del curso. El grupo de mujeres solas. ¡El grupo de nenas que van a hockey! ¡El grupo de nenas que van a gimnasia artística! ¡El grupo de regalos de cumpleaños! Y así, siguen multiplicándose. Pasás a estar en convivencia, durante 12 años, con mamis del colegio. No son tus amigas. Son personas que recién estás conociendo. Y todo es tema de discusión. Todas sabemos de todo. Ufff, ¡cómo nos gusta chatear! Estamos meta tiquitiquitiqui con los deditos. Semáforo, tiquitiquitiqui. ¡Aprendamos a tejer crochet, chicas! Así largamos un ratito el teléfono. Ayer Viole se olvidó la bufanda en el cole. ¿Alguna se la llevó por equivocación? Y empezamos a contestar todas: acá no está; yo no la tengo; pará que me fijo en la mochila (va, se fija, vuelve y dice que no la tiene); acá no; acá no. ¡Por favor! ¡No respondamos todas! ¡Sólo tiene que contestar la que se la llevó por error! Y algo básico: no hablemos si estamos al pedo. Y después están los grupitos paralelos, que son para criticar al grupo mayor. Nos encanta hacer un grupo aparte. Y ahí tenés que tener cuidado, porque como estás escribiendo a 32 grupos a la vez, de repente te equivocás y mandás la crítica al grupo general. ¡Aplausos! …

Ese monólogo -escrito e interpretado por la actriz Feli de Garma, quien se hizo conocida por sus soliloquios sobre la maternidad- expone lo que ocurre en los grupos de WhatsApp de madres de los colegios. En los últimos años, estos chats al instante se han naturalizado. Y aunque sus participantes argumentan que contribuyen al loable intercambio de información sobre los quehaceres escolares, ya se han oído voces de reprobación.

Para empezar, las propias mamis reconocen que, como plantea el discurso del encabezado, en ocasiones acaban aturdidas, mientras decenas de congéneres hablan de manera compulsiva y, casi siempre, sin tener nada urgente que decir. Basta con despistarse un par de horas, para encontrar 200 mensajes pendientes.

Pero esa verborragia no es lo más cuestionable. Los expertos advierten que las madres -excepto en el caso de las de infantes- están asumiendo responsabilidades que les competen a sus hijos, como preparar el material que necesitan para el día siguiente. Una tercera reflexión echa el ojo sobre los conflictos que se originan desde los grupos hacia las instituciones educativas.

En esas líneas se expresa María del Milagro Juárez Babiano -directora del nivel inicial del colegio Kinder-. Ella considera que la mayoría de los padres resuelve sus inquietudes a través de los mensajes, en vez de hablar con los maestros. Y como lo que cuentan son los hechos, el hecho es que, a veces, se arman unos líos bárbaros, a decir suyo. “Vivimos tiempos complejos, donde sólo las cosas malas se ponen en evidencia. En las redes sociales, esto ocurre más todavía. El grupo puede volverse un instrumento para descalificar a un docente.

– ¿Qué hacemos, entonces, con los grupos de madres?

– Sin dudas, lo principal es que la relación con la comunidad educativa sea personal. Generar un grupo no está mal, pero debe usarse con responsabilidad. También observo que muchas madres se encargan, a través de ese sistema, de completar los cuadernos de los hijos. No ha sonado el timbre, y ya se han pedido las tareas. Cuando esta generación de niños llegue al secundario no sabrá ni subirse a un colectivo.

Lo que está en juego

La pedagoga Mariana Dato plantea el concepto de autorregulación. Desde su perspectiva, los grupos pueden resultar positivos si los padres son capaces de ponerse límites a sí mismos. Para ello, los adultos deben hacer un control de la información que circula. “El año pasado, en uno de mis grupos se pidió que no se hicieran comentarios políticos”, ejemplifica. Según la psicóloga Lourdes del Forno, lo que se juega en los grupos -puntualmente- es la incertidumbre de la maternidad. Es que, en el intento por no cometer errores, los chats se llenan de cuestiones poco vitales para los niños (como quién tiene la plasticola de quién), pero trascendentales para las madres. Si se lee entrelíneas -prosigue Del Forno-, en cada madre hay un pedido inconsciente de que las otras validen esas decisiones que se toman sin ningún manual de instrucción. “El hecho mismo de socializar una inquietud hace que disminuya la angustia”, explica.

La irónica pluma del semiólogo Umberto Eco escribió, en una ocasión, que a los adictos al teléfono habría que matarlos de pequeños. Pero como no es fácil encontrar un Herodes todos los días, proponía castigarlos de mayores. En las líneas siguientes, dejaba atrás el humor y se preguntaba cómo podía toda la humanidad haber sido presa de ese frenesí, que implica vivir para el móvil. “Los adultos, con los ojos pegados al celular, ya están perdidos para siempre”, consignaba en su obra póstuma “De la estupidez a la locura”. Que diría hoy, si se topara con una de estas conversaciones:

– Pedrito no trajo el polar del cole. Se fijan ¿por favor?

– Acá no está.

– Acá tampoco.

– Yo no lo tengo.

– Acá tampoco… ojalá aparezca!

– Nada por acá.

– Hola, no tengo nada.

– Alguna sabe de alguien que alquile panchuquera???

– Llego a la noche. Me fijo y te aviso.

– En mi casa no está.

– En casa tampoco. Fijate en el canasto de cosas perdidas.

– Por favor, me pasan lo de matemáticas y ciencias.

– Tampoco lo tengo. Capaz que lo dejó en el transporte. Preguntá.

– Elisita me contó muy contenta que Lorenzo le convidó unos caramelitos.

– No tengo el buzo. Llego a mi casa y te paso fotos de lo que hicieron.

– Buen día!! No se olviden hoy del cumple de Agustín.

– ¡Feliz cumple para el pequeñín!

– No tengo el buzo. Santi va al cumple. Alguna lo puede llevar?

– El mío no terminó de copiar.

– Nico presente!

– Miguelito va!

– Marcelito también va! Está entusiasmado!

– Ay chiquito hermoso.

– Franquito presente!

– Chiquis. Hoy hay reunión de padres.

– A las 15 recemos para que deje de llover.

– No tengo el buzo. Capaz que lo guardaron en la secretaría.

– Dios te salve María, llena eres de gracias…

– Julita perdió su botellita de agua. ¿Les pueden preguntar a sus niños si la vieron?

– Bendita tu eres entre todas las mujeres…

– Yo lo llevo. En mi pool hay lugar para dos más.

– La botella estaba en el baúl! Perdón!!

– ¿A qué hora es la reunión? Gracias, yo siempre en una nube de pedos.

– Chicas apareció el polar! ATENCION: apareció el polar.

– Yo no lo tengo.

– Yo tampoco.

– Acá no está.

– Nada por acá.

– ¿Te fijaste en el canasto de cosas perdidas?

Pese a que esa conversación (real) pareciera ser sacada de un manicomio, no todos son reproches. Al contrario. Entre las reflexiones optimistas, María Lis Albano -odontóloga y mamá de dos alumnos del colegio San Patricio- dice que los grupos resultan una ayuda para estar al día con los pedidos y deberes. Además, destaca que se consigue otro tipo de información cotidiana, como recomendaciones de pediatras, por ejemplo. Y ni hablar de las cuestiones sociales, como los cumpleaños de los niños, que son convocados -básicamente- a través del teléfono. “Sirven, además, para saber cómo piensan y cómo se manejan otras madres, y, por consiguiente, los amigos de nuestros hijos”, evalúa.

La maquilladora Sonia Carbonell -con dos niños escolarizados- rescata esas mismas virtudes. En su caso, es miembro de dos grupos. En uno de ellos -cuenta- escriben sólo temas escolares, y cuando una de las integrantes hace una pregunta, le responde únicamente una madre (”¡no las 30”!). En el otro, en cambio, hablan de cualquier cosa. “A veces, las odio. Dos días antes del comienzo de clases preguntan qué color de zapatillas tienen que llevar. ¡Si hace tres años que los mandan al mismo colegio!”.

También la actriz y tallerista Mónica Audi repite esas virtudes enumeradas por sus coetáneas: que son útiles para quitarse las dudas. Empero, enseguida proporciona una reflexión cuasi sociológica: “pienso que hay una necesidad, entre las madres, de pertenecer; es hasta tribal. El problema es que algunas mujeres se aferran demasiado a esa red de contención, y la convierten en un canal de descarga”.

Josefina Gallo es psicóloga y madre de dos niños del colegio San Matías, en Yerba Buena. Ella califica su experiencia en los grupos de madres como positiva, pues les encuentra utilidades. “No me ocurre lo mismo con otros grupos, donde, por cada información útil, uno tiene que fumarse otros 100 comentarios desubicados sobre política, religión o microemprendimientos”, compara.

Carolina Cabanne -docente en el colegio El Salvador- insta a las madres a que no escriban en el chat algún malestar hacia la institución: “si creen que el colegio tomó una medida inadecuada, recurran, primero, a la fuente”.

A leer el chat de mamá

En resumen, el bendito WhatsApp vendría a ser el alumno aplicado y solidario, de acuerdo con los provechos reconocidos. Y esa virtud pareciera prevalecer sobre los defectos, pues -en general- ninguna integrante se atreve a salirse. Tal vez, acaban habituándose a esa verbocidad en exceso. O puede que hasta prefieran permanecer antes que escaparse y ser despellejadas por el resto. Como dice María Luz Torres Viaña, los grupos son intensos, pero necesarios. “Si los usamos con creatividad, pueden ser útiles para la educación. Cuando mis hijos se portan mal, por ejemplo, agarro el celular de su mamá y los obligo a leer los mensajes”, bromea el diseñador gráfico Juan Piñero. “Me tienen harta. ¡Hay tantos grupos como eventos o actividades hagan los chicos!”, agrega Estelita Vera. “¿Pueden opinar los hombres? -pregunta Gabriel Ale-. Sólo quiero decir que los pobres chicos perdieron toda independencia”.

Fuente: La Gaceta

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