Lionel Messi y Luis Suárez debieron separarse después de seis años en los que forjaron no solamente una gran dupla futbolística sino también una relación interpersonal que devino en una amistad inquebrantable, esa que llevó al rosarino a querer alejarse de Barcelona porque el uruguayo ya no iba a estar, pero finalmente triunfó la postura del presidente Josep María Bartomeu y hoy tuvieron que reducir esa distancia que ahora los separa a través de un amigo común: el gol.
En la misma jornada de la Liga de España en que Messi volvió a vestirse oficialmente con la camiseta de Barcelona cuando poco más de un mes atrás su destino parecía estar lejos del Camp Nou, su gran amigo Suárez debutaba, a 500 kilómetros de allí, en el Atlético Madrid de Diego Simeone y un brillante Ángel Correa, jugando poco más de 20 minutos que le bastaron y sobraron para empezar entregando una asistencia y cerrar marcando dos goles.
Un rato después era el turno de “Lío”, que sí se sintió “extraño” cuando no lo vio al “Pistolero” en el vestuario barcelonista antes de la última práctica comandada por el neerlandés Ronald Koeman, ni que hablar de las sensaciones que habrá vivido hoy, cuando su lugar en el locker que siempre ocupaba su entrañable amigo era ocupado por otro jugador, simplemente un “compañero” de equipo.
Y ni que hablar de lo que habrá pasado por dentro cuando en ese mismo momento se conocía el auspicioso debut de Suárez en el Wanda Metropolitano, con goleada incluida por 6 a 1 sobre Granada.
Y si bien Messi no es de transmitir demasiado sus sentimientos hacia fuera, en ese primer tiempo absolutamente carente de motivación que Barcelona terminó ganando por 4 a 0 ante un Villarreal que ofició de “partenaire oficial”, sus gestos futbolísticos fueron en consonancia con lo que seguramente le pasaba por dentro, que no era otra cosa que la consecuencia de los últimos tiempos en que definitivamente lo ha ganado la tristeza.
Y si bien Koeman trató de contenerlo lo máximo posible, hasta el punto de colocarlo de “falso nueve” como en los buenos viejos tiempos de Josep Guardiola, una decisión también llena de ironía, porque en ese lugar estaba hasta ayer nomás justamente Suárez.
Un penal convertido con displicencia, que casi desvía el arquero Sergio Asenjo, el puño derecho levemente al aire y el saludo formal de sus “compañeros”, conformaron una imagen ajada de Lionel, que cumplía con su obligación, pero al que no se lo veía disfrutar como antes.
Quizá este partido haya marcado el comienzo de la última liga española que Messi vaya a jugar con la camiseta de Barcelona, si es que cumple con su palabra y su deseo de abandonar la institución en la que “vive” desde hace 20 años cuando llegue 2021..
Un deseo que ya transmitió a través de un burofax primero, cuando parecía que efectivamente se iba, y el pasado viernes, cuando disparó con munición gruesa contra Bartomeu en particular y la dirigencia “blaugrana” en general, al ver como definitivamente para esta temporada Suárez se debía ir y él se tenía que quedar.
El uruguayo Suárez, el chileno Arturo Vidal y el brasileño Arthur Melo, los otros sudamericanos que solían rodearlo, lo dejaron solo como representante de esta región del mundo dentro de la cancha. Fuera de ella, como miembros del plantel por ahora con pocas chances de jugar, están su joven compatriota Santiago Ramos Mingo, el uruguayo Ronald Araujo y el brasileño Rafinha. Pero obviamente ya nada será igual.
Quizá entonces, a contramano de lo que ocurrió siempre, ahora se invierta la carga de la prueba y “Lío” encuentre consuelo para sus penurias barcelonistas en el seleccionado argentino, al que se estará sumando dentro de una semana. A lo mejor allí vuelva a ser todo lo feliz que era hasta que, de a poco, su “casa” futbolística en Barcelona se empezó a venir abajo, y arrastró con todo lo que tenía a su alrededor, a su mejor amigo y a la familia de éste, también amiga de la suya.
Claro que cuando llegue el lunes que viene a Ezeiza también verá que, como en Barcelona, sus viejos amigos de la “Generación Lío” ya no estarán. Porque Sergio Agüero está convaleciente y Ángel Di María no es tenido en cuenta por Lionel Scaloni. Y allí también se dará cuenta que, a los 33 años, el tiempo pasó y quienes lo acompañaban ya no pueden hacerlo. Sería bueno que entonces la dinámica sea otra, para que el mejor jugador del mundo no llegue al punto de sentirse “más solo que nunca”.